Buscar este blog

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Capítulo XXI: Tomar conciencia

Han transcurrido 13 días del mes de setiembre, al normalizarse mi vida, creo haber tomado conciencia que esta enfermedad va a acompañarme el resto de mi vida, en forma callada, solapada y hasta traidora intentará darme siempre una estocada, pero mi voluntad y energía no le permitirán hacerme daño, creo más que nunca que puedo vencerla, no debo permitirle que avance, para ello es vital que no disminuyan mis fuerzas, no debo ceder al estrés, por ejemplo, debo redimensionar los tiempos que dedico a cada una de mis actividades, mi trabajo no debe preocuparme ni ocupar más que las 8 horas diarias. No debo dejar que los sinsabores me afecten, aún cuando ocurran situaciones de presión, debo pensar fríamente que no deben afectar mi estado mental o físico, esto dicho tan sencillamente no es muy fácil de aplicar, tiene que ver con mis 32 años de dedicación a pleno, años de hacer todo tipo de tareas, accediendo a innumerables pedidos sin analizar que me correspondieran o no por mi funciones, es algo que me resulta imposible de evitar, nunca puedo decir que no a una solicitud de trabajo, disfruto poder ser de utilidad, así pues he realizado todo tipo de tareas, administración de bases de datos, que es mi obligación de acuerdo a mis funciones, diseño gráfico (éstas son las actividades que realizo con mayor agrado, las considero muy creativas y me representan un desafío permanentemente), dictado de cursos, soporte a usuarios en Bases de Datos e inclusive en herramientas de oficina (increíble pero muchos expertos informáticos no saben usar software relacionado a la ofimática), lo cierto es que jamás he dicho que no a alguna tarea requerida implicando muchas veces tener que permanecer más allá de mi horario de la jornada habitual, así como someterme a presiones por tiempo y por dificultades propias de algunas tareas. De alguna forma debo tratar de no involucrarme en obligaciones que no me correspondan, o al menos asegurarme que me den mayores plazos para poder cumplirlas, todas las solicitudes son para ayer.
Además de mi trabajo se me ha complicado un tanto mi vida, por la salud de mi madre, sus 92 años le están pasando factura a su cuerpo, pero también aumentó el tiempo que necesito dedicarle, siento que regresó el período similar al de mi juventud, con dos niños a cargo, dónde las horas de sueños se veían siempre suspendidas, en este momento debo asistir a mi madre ya que ha dejado de ser independiente en casi todas las situaciones, obligándome a cuidarla en todo momento, sus movimientos se ven sumamente dificultados, corriendo peligro de caídas que implicarían daños irreversibles.
El esfuerzo que debo hacer me provoca cansancio físico, pero fundamentalmente el miedo a enfrentar su muerte me altera sobremanera, no creo que pueda estar preparada a pesar que permanentemente me digo que debo sentir cierta resignación ante lo inevitable, de cualquier manera, pienso que afrontarlo no debe ser fácil para nadie.
El escribir esto me hace dar cuenta de cuantos temas no tenemos realmente resueltos en nuestra vida.
Casualmente hoy a la salida de mi trabajo tengo turno con el oncólogo que me trata, Dr. Blajman, parece increíble que hayan pasado dos meses desde mi última consulta, cada control me trae las dudas y temores del fantasma de la recidiva o recurrencia, o como quieran llamarla los expertos, lo cierto es que los día previos empiezo a inquietarme muchísimo, no veo la hora de superar este control, tampoco me gusta esto de tener que superar cada dos o tres meses esta prueba, sufro muchísimo hasta el momento en que hablo con él, pero su optimismo me contagia, hoy espero que conteste mis dudas, está en deuda conmigo, creo que es una estrategia la suya de no darme datos concretos de estadísticas, insistiré, me lo debe.
En definitiva, luego de “colocar” a mi madre en casa de mi hermano, para ello debí recorrer la ciudad de norte a sur, llegué al Instituto del Dr. Blajman, retiré mis análisis, los valores eran perfectos, salvo un poco elevada la fosfatasa alcalina, producto de haber tomado fluconazol, una droga prescripta para una lesión en la piel de mi hombro, que me provocaba prurito. Al aguardar en la sala me enteré que mi buen doctor se había retirado recientemente, luego de atender a pacientes que lo visitan por primera vez, lo que implicaba que volvería en una hora aproximadamente.
Mientras aguardaba pude avanzar con la lectura de Andamios de Mario Benedetti, narra los encuentros y desencuentros de Javier Montes, que tras doce años de exilio, regresa a Montevideo con sus nostalgias, prejuicios y soledades. Ese personaje va construyendo esos andamios que le permiten crear un mundo nuevo en el que caben todas sus esperanza, tiene interesante diálogos, si bien no me atrapó completamente, me pareció un relato muy sentido e imaginé que tiene mucho de autobiográfico, por lo sincero y realista que es cada relato. En esta etapa de mi vida no me siento con deseos de revivir situaciones dramáticas de los seres humanos y su entorno, pero reconozco que se deja leer.
En la sala de espera conversé con dos mujeres que casualmente hicieron recidivas de sus tumores de mama. Como siempre algunos impacientes pierden los estribos por la larga espera y otras defienden al Dr. diciendo que si no quieren soportar la espera pueden elegir otro profesional. Una de estas personas había sido atendida por una de las doctoras del Instituto, concurrió preocupada porque sentía un nódulo, la doctora le dijo que era la costilla, ella no quedó conforme y visitó al gran César, quien le descubrió un nódulo muy grande, recidiva de su enfermedad. Si había llegado preocupada por este tema imaginen como me sentía luego de los testimonios escuchados.
Cuando me atendió, muy amablemente me volvió a decir que estaba fantástica, me preguntó si continuaba bajando de peso, miró mis análisis, tomando nota de todo, me hizo la revisación de rigor, como le costó entrar en el espacio entre la camilla y la pared no pude sustraerme y le dije que a medida que yo perdía kilos, un oncólogo que conocía, los ganaba. Me dijo que no era cierto, que estaba haciendo un régimen, que había bajado de peso. Me pidió que me hiciera una mamografía y se la llevara cuanto antes, ofendido aún, me recordó que yo le había regalado un libro y ahora lo agredía. Me hizo sentir culpa, le pedí perdón diciéndole que lo mío era producto de cierto egoísmo, que quería que viviera 100 años y para ello debía adelgazar, creo que este comentario no mejoró la situación. Hasta hoy no me perdono haberlo ofendido.
Le pregunté si el resultado de la mamografía se lo podía llevar en dos o tres meses, pero me explicó que debía verlo en octubre para no extrañarlo tanto... Esto me preocupó un poco, insistí que quería saber datos, me señaló que era imposible hacer pronósticos. Que no me podía decir si tendría metástasis en hueso, pulmón o hígado, que lo dejara en sus manos. Por supuesto en esta ocasión no fue nada tranquilizante, mi estado de ansiedad permanecería hasta tener los resultados. Ante mi insistencia me dijo que transcurrido tres años tendríamos cierta certeza de no recidiva.
Tres años, parece tantísimo tiempo …
Me despedí de mi estimado doctor pensando en que pronto lo vería de nuevo, deseando que fuera con menos grado de ansiedad, preocupación y que para entonces él olvide mi inapropiado comentario sobre su peso.